Volver, con la frente marchita,
las nieves del tiempo platearon mi sien.
Sentir que es un soplo la vida,
que 20 años no es nada...
Hoy escribo desde Rosario, en Argentina, desde la casa de mis padres. El post de hoy no es un texto académico, sino más bien personal. Tiene que ver con sensaciones y emociones. Y, en última instancia, también está relacionado con lo académico/profesional, porque no se pueden desligar las emociones de la forma como se afronta la actividad académica o profesional. Muy por el contrario, están íntimamente ligadas: nos llevamos el trabajo a casa y arrastramos los problemas personales a la oficina. Es normal, somos una unidad. Me resulta divertido cuando te recomiendan que te desenchufes cuando sales del trabajo: ¿cómo se hace eso? ¿Es como un memory stick que lo desconectas del puerto USB cuando terminas de trabajar? Si alguien ha logrado una disociación eficaz de ambos aspectos, por favor que nos de la receta...
Aprovecho la famosa frase del tango Volver (de Gardel y Le Pera, aunque la letra es de este último) para ilustrar un acontecimiento importante para mí. Se refiere a que hoy mismo (6 de noviembre), hace exactamente 20 años, me subía a un avión para irme a estudiar y vivir en España. 20 años!!!!. Como sostenía Einstein, el tiempo es relativo: el tango dice que 20 años no es nada, pero yo les digo que 20 años es mucho tiempo... Un ejemplo: Cuando me fui, a finales de 1986, parecía que no podría haber nada peor que el Plan Austral de Alfonsín, je, je, je...Y ya lo ven...
En mi caso, concretamente, 20 años son media vida. Me vine a Barcelona con 21 años y ahora tengo 41 (en realidad, estoy más cerca de los 42). Yo, particularmente, a diferencia de muchos compatriotas, no me fui por motivos económicos ni ideológico-políticos, sino porque quería ver mundo. Me vine a Europa como sistema de higiene mental. En ese momento no lo sabía, pero luego de reflexionar durante 20 años empiezo tener un poco de perspectiva. Me vine a Barcelona a estudiar el doctorado, pero quizás la verdadera razón era conocer otra gente, ver otras cosas, experimentar otras culturas: en definitiva, tener un punto de vista diferente. Tal vez tenían razón en X-files (Expediente X): tal vez la verdad está ahí fuera. Estar fuera te cambia, aunque no quieras. No me refiero a estar 3 meses de vacaciones en Europa, ejerciendo de turista, viviendo en hoteles, saliendo cada noche como si fuera fin de semana y haciendo 30 carretes de fotos (aunque ahora con las cámaras digitales, las fotos se multiplican hasta el infinito). Hablo de vivir fuera: buscar trabajo, buscar casa, no saber si llegas a final de mes, ir a comprar al supermercado, pagar la luz y el gas, etc. (es decir, pasar delante de la catedral de Barcelona cada día para ir a trabajar, y ni mirarla, como si pasaras delante de la parada de autobús, porque vas pensando en cómo solucionar un determinado problema de la oficina o de tu casa). Vivir en otra cultura te cambia, te da otra perspectiva. No te das cuenta, porque lo vives cada día. Te das cuenta del cambio cuando regresas, cuando caminas por tu antigua ciudad o pueblo, cuando hablas con tus antiguos amigos/amigas, colegas, etc.
No eres ni mejor ni peor, eres simplemente diferente.
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